En sus manos
Se mira las manos con fingida complacencia, recién acicaladas y ornamentadas para la ocasión. Muestran una perfecta manicura, en la que destaca el rojo carmesí de sus uñas, que mantienen el protagonismo incluso por encima del destello de las joyas que las adornan.
Dedica bastante tiempo al cuidado de sus manos, que gusta de realizar personalmente, recreándose después en el resultado. Sus manos -se le antojaba pensarlo así- siempre habían sido la parte más libre de su cuerpo: autónomas, activas, habilidosas, expresivas, hermosas...
Hoy, sin embargo, al contemplarlas ve otra realidad. Súbitamente, y al tiempo que un nudo le aprieta las entrañas, se ve claramente reflejada en ellas; no como una prolongación de sí misma, sino como ella misma en esencia. Y ve, como nunca antes, el patetismo y la hipocresía de su propia vida en la cuidada apariencia de sus manos, perfecta síntesis de su frustración. Porque sus manos, en realidad, están maquilladas para camuflar el desgaste, pero también para intentar ocultar cuán reducido o limitado ha quedado su campo de acción.
Unas manos que ya sólo le sirven para aferrarse a una realidad que ha solapado su auténtica necesidad; manos que ya no sienten el deseo de acariciar, ni el tacto de otra piel sobre su piel; que ya no son cogidas furtivamente, con emoción... ni tan siquiera mecánicamente, por rutina.
No. Son manos que tienen un dueño, que ya no necesita adueñarse de ellas; manos que van por libre desde hace mucho tiempo, que han frenado muchas lágrimas en sus mejillas, que han tapado sus propios ojos para no ver la realidad, o para no verla tan clara; manos que se han ido acostumbrando al autoengaño, a la carencia, a la renuncia. Por eso precisan de la doble farsa de disimular y deslumbrar.
Y sus manos son tal cual es ella, en esa sinécdoque representativa de la parte por el todo. Ella también suele ir engalanada, a la moda, con el cabello vistoso y llamativo, intentando deslumbrar para que no se trasluzcan las grietas de su alma; adornada por fuera en su carencia interior; maquillado el semblante en su desnudez afectiva. Parapetada tras una coraza estética que la protege de su indefensión, su vacío emocional, su desvalimiento.
Sus manos y ella: un mismo proceso, una misma forma de disimular, un mismo y cobarde conformismo. A sus manos y a ella ya sólo les queda aferrarse a lo único que tienen. Y lo hacen como pueden. A golpe de cosmética y disfraz.
6 comentarios
ESPARTACO -
Gea -
Entiendo que te molestara. La asociación era fácilona, algo trillada.
¡Como si una no pudiera compararse joyas!... jajaja.
Gracias.
Margot:
Sí, aunque fuera un juego de palabras, encierra una realidad triste. La carencia de emociones que se necesitan... y no llegan.
Gracias.
Jazmín:
Sí, a veces nos disfrazamos de puertas afuera; otras veces lo que disfrazamos son nuestros sentimientos, quizá para que no denoten tristeza.
Gracias.
Sak:
Como dices, se necesita ser valiente para romper con todo. A veces, la única manera de hacerlo es cuando una se da cuenta de que está rota por dentro. Y entonces es como un revulsivo.
Gracias.
Un abrazo a todas.
Gea.
Sakkarah -
Una vez me dijo una persona, los sueños son para los valientes, y tenía razón, se quedó con el mío.
Un beso.
jazmin -
No hay disfraz a poco que se mire a los ojos de las personas y veas que sus ojos son tristes o eso creo...
Me ha encantado leer este escrito.
Un abrazo.
Margot -
Todo el escrito en sí, es un triste resumen de cuanta tristeza puede llegar a esconder en su interior una persona, una mujer. Las manos son una prolongación de "su yo" de ese yo que ella siempre pensó el más libre..., aunque en realidad nunca fuera así.
He dejado en la parte superior de mi respuesta, un pequeño fragmento, el que más me ha impactado... Se me hace muy triste. Será porque afectivamente confieso pertenecer a ese grupo de personas que aun continua necesitando de ese alguien que se adueñe de sus manos, aunque sea furtivamente.
Como siempre, un placer leerte.
Un abrazo, muy grande.
Mela -
Beso, Gea.