Horizontes y no de grandeza-
Últimamente, tengo tendencia a elaborar escritos bastante prosaicos sobre temas insignificantes y cotidianos, pero que al final me hacen reflexionar.
Iba yo esta mañana con mi inseparable carrito de la compra, en ese periplo por mi barrio para realizar la compra del día: que si primero a la panadería, luego al mercado municipal y después al Mercadona, donde tienen una oferta de pescado a veces mejor que en el propio mercado.
Y en esas que, tras caminar un largo trecho por la acera, veo a un hombre, ya de cierta edad, sentado en un banco y tomando el tibio y agradable sol primaveral, y reparo en que, a su lado, en el suelo, tenía una jaula con un pajarillo dentro que, no sé bien si por mimetismo o necesidad pajarera, parecía tomar el sol como su amo, aunque más alterado a la vista de sus compulsivos recorridos por el interior de la jaula.
La escena me sorprendió, la verdad. Una jaula -y además enorme- en plena calle, con su inquilino dentro y a los pies de su amo, como si se tratase de un perrillo al que hubiera sacado a pasear, no es muy común de ver.
No niego que me impactó esa imagen tan insólita, pero no le dediqué más atención y seguí mi ruta. Fue de regreso, y al comprobar que aún persistía la misma estampa, cuando realmente fui consciente de tan inusual escena; sobre todo cuando, ya casi sobrepasándolos, oí al dueño comentarle a un amigo que se había sentado en el mismo banco: “pobrecillo, lo saco para que tome el sol y se distraiga viendo la calle y pasar a la gente. En casa está muy “solico” y aburrido y aquí se anima. Ahora ya, con el buen tiempo, lo sacaré cada día para que disfrute”.
Seguí hacia delante sin girar la cabeza, pero conservando con precisión fotográfica aquella escena en mi retina. Y me conmovió sinceramente. Pensé en la compañía que suponía ese pajarillo para ese hombre solitario, y con qué cariño y dedicación él intentaba ofrecerle, con su buena voluntad, mejores condiciones de vida y de distracción.
Y fue ahí cuando empecé a reflexionar sobre cuán paradójica resultaba la escena y cómo una buena acción podría, a veces, no ser lo más recomendable.
¿Estaría ciertamente más feliz el pajarillo viendo desde su jaula mucho más ampliado su inalcanzable horizonte de libertad? ¿O al estar confinado en los límites de su jaula, mejor le sería no ver que hay otro mundo, otro paisaje, más allá de sus barrotes?
No sé si el pajarillo agradecía o no la buena intención de su dueño. Pero yo no pude evitar extrapolar la escena a los humanos. Y llegué a la idea de que, en ocasiones, cuanto mayor es el horizonte que se presenta ante nosotros, más limitada puede parecernos nuestra libertad para poder alcanzarlo; unas veces por inexpugnable; otras por inasequible; otras porque sus misteriosos confines nos asustan; y otras, como el pobre pajarillo, porque la jaula o cárcel metafórica en la que nos movemos diariamente sólo nos permite contemplarlo a lo lejos y otear el límite imaginario de su línea divisoria, sin poder acceder para realizar una exploración o adentrarnos en él.
Al final, una llega a la conclusión de que la mayor libertad personal es la que podemos disfrutar en nuestra particular realidad; no esa libertad teórica que se pierde en horizontes inalcanzables e inaccesibles.
Yo, por si acaso, prefiero mantenerme bien pegadita a mis costumbres y entorno más próximo; a mi gente cercana; a mis aspiraciones realizables y tangibles. Quizá cerceno así el horizonte, pero no mi libertad cotidiana del día a día, sin espejismos oníricos que no puedo alcanzar.
¿Contemplar el horizonte? Sí, pero me conformo con el que alcance mi vista; el que sé que puede ser incorporado a mi entorno inmediato desde mi libertad de vivir el momento.
No sé, mañana estoy por llevarle una hojita de lechuga al pajarillo cuando vaya a comprar. Le estoy empezando a coger cariño.
Cosas entrañables que pasan en los barrios.
Gea.
5 comentarios
Anónimo -
Básicamente, coincidimos en lo primordial. ¡Cuántas ataduras nos creamos, además de las que ya son en sí mismas inevitables!
¡Pobre pajarillo, sí! De todos modos, no sé si llevándole la hojita de lechuga le haría más llevadero su encierro... No sé, lo pensaré.
Gracias.
Un abrazo.
P.D.: Nullius/Soyyo. No hay problema. Espero que este espacio haya podido ser útil. Como ya ha pasado el tiempo suficiente para poder ser leído, intentaré borrarlo (cuando aprenda a hacerlo, claro... jajaja).
Sonrisas.
Gea.
Mela -
A fuer de ser sincera, estoy de acuerdo con Nullius cuando identifica parte de lo que dices, con el miedo a vivir.
Haces bien manteniéndote pegada a lo conocido si eso es lo que quieres, aunque sólo sea por la sensación de falsa seguridad que da pensar que estamos controlando el medio (te lo dice otra controladora), y además, dicen que se es más feliz cuanto menos se conoce.
El problema es que yo ya conozco que conozco (lo que sea, lo poco que sea), y tampoco podría ya renunciar a eso, aunque fuera a cambio de felicidad.
Sí, ya sé que soy rarita...
Espero no tardar tantos días en leerte, tengo que ponerme al día.
Beso, chica lista.
ESPARTACO -
Nullius -
Le doy todita la razón, Gea, soy como usted; pero seamos sinceros, esa incertidumbre de horizonte está focalizada en las relaciones interpersonales. Es un mal endémico de nuestra especie; se presenta con distinta sintomatología pero no es más que la aplicación a la vida del síndrome de la página en blanco; lo sé, lo identifico porque yo también lo padezco aunque lo niegue. Cada uno justifica esta especie de miedo a vivir a su manera. Un servidor lo achaca a la falta de tiempo... ¡como si unos tuviéramos más tiempo que otros! ¿habrá cosa más absurda?.
Pero en el ámbito de las relaciones humanas el problema es que queremos mantener estable nuestro entorno y sin ser consciente de ello hacemos voluble el de los demás, el de otros que están fuera de nuestra burbuja de seguridad y certidumbre pero con los que también interactuamos afectivamente.
A veces, querida Gea, no nos damos cuenta que si proporcionamos lechuga al pajarillo no sólo le creará expectativas respecto de ese mundo que se otea al horizonte y se antoja inalcanzable sino que le confirmará que más allá de esos barrotes existe un mundo real que merece la pena vivir. Así, como usted, yo tampoco puedo evitar extrapolar la escena a los humanos y exclamar: ¡pobre pajarillo!
Con mi mejor sonrisa.
Pd.- Precioso el soneto, vivido quizá... sentido tal vez.
Sakkarah -
Un beso.