Las apariencias engañan
(Lo escribí hace unos meses).
Se llamaba Elke. Lo supe ayer. La encontraron muerta hace unos días, acurrucada sobre sí misma en posición fetal, en el acceso al cajero automático de la Caixa que da a la avenida por la que tantas y tantas veces la habíamos visto deambular, ausente, desarraigada de sí misma y del mundo.
Hacía muchos, muchos años que nos habíamos acostumbrado a su presencia, interrumpida por los largos periodos en que debía de estar ingresada o acogida por los servicios sociales.
Cuando ella empezó a aparecer por nuestro barrio, era una época en que no era tan frecuente como ahora ver casos de mendicidad y desarraigo social. Fue pionera en la ocupación de los cajeros bancarios y en mostrar la carra terrible de la desolación humana.
Pero ella no era sólo una pobre indigente; era "aquella loca drogadicta que chillaba" y que recorría compulsivamente la avenida, arriba y abajo sin parar. Sus gritos eran ciertamente desgarradores y eran lo único que la hacían detener en su desquiciado pasear. Cuando gritaba, con alaridos guturales que parecían salirle del fondo de su alma, se paraba en seco y se pegaba a sí misma con rabia, con los puños cerrados y la expresión desencajada.
Recuerdo con horror la impresión que me producía oírla, incluso desde mi terraza distante casi dos calles desde donde ella estaba. Y recuerdo también cuando un día, al ir a utilizar el cajero, me topé literalmente con ella en la entrada. Confieso que en principio me asustó un poco pensar en su imprevisible reacción, pero mantuve la calma e intenté comportarme con normalidad. Cuando iba ya a salir, observé sus ojos clavados en mí y su mano extendida señalando mi bolsa de plástico tras la que se vislumbraba un racimo de plátanos que acababa de comprar. Por un momento, había abandonado su estado aparentemente catatónico para dirigirse a mí.
Se los ofrecí intentando resultarle cercana, como asimismo un pedazo de queso que también llevaba. Me sobrecogió su mirada al aceptarlo, como intentando esbozar una sonrisa de agradecimiento que no llegó a traducirse del todo, abortada por la angustia y el dolor que emanaban de aquel rostro. Debió de ser una mujer bellísima, extranjera, de rasgos inequívocamente arios, con ojos de un azul intenso, una boca que debió de ser carnosa y sensual antes de traducirse en una mueca y un cabello rubio-ceniza que se había convertido en una única y enmarañada rasta, apelmazada hasta el límite, sin posibilidad ya alguna de poder ser desenredada.
Jamás me dio la impresión de estar bajo los efectos de las drogas ni del alcohol. Y ese día tuve plena confirmación. Su mirada me hablaba de otros infiernos, posiblemente del de la locura. "Aquella loca drogadicta que chillaba" nunca mostró signos de desequilibrio espacial en sus incesantes carreras; ni un traspiés, ni la expresión de estar "colocada", ni "colgada". Sólo dolor, gritos y alaridos, locura y desgarro a borbotones.
Ha tenido que ser su propia muerte la que le hiciera justicia y reescribiera la triste biografía de "Aquella loca drogadicta que chillaba" para pasar a ser "Aquella pobre mujer que enloqueció de tristeza".
Elke era alemana y fue la única superviviente familiar de aquel horrible accidente de Los Alfaques, en el verano de 1978, durante el transporte de mercancías peligrosas que produjeron un pavoroso incendio y continuas explosiones, con un balance de 215 muertos, numerosos heridos y la destrucción casi completa de un camping situado en sus proximidades. Ese día, Elke se había ausentado del camping para ir a comprar. Perdió allí a su marido y a sus dos hijos de corta edad.
Los ha sobrevivido casi 28 años, tan muerta como ellos, ausente de la vida, pero bajo la triste paradoja de necesitar revivir cada día su recuerdo; algo que su mente no pudo soportar. Finalmente, tampoco pudo ya su cuerpo.
Nunca olvidaré su mirada azul de aquella tarde.
13 comentarios
Francisco -
Maria -
eme -
Gea -
Supongo que eso estriba en la necesidad de buscarle explicación a lo que desconocemos, a pesar de que las más de las veces nos equivoquemos por fijarnos sólo en las apariencias.
Muchas gracias por tus palabras y por haberme visitado.
Un saludo.
Gea.
Furgo -
Y eso lo percibimos sobre todo cuando son otros los que nos han imaginado sin conocernos.
Es un deporte muy extendido.
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Saludos cordiales desde las carreteras secundarias.
Gea -
El dolor de ese tipo es realmente terrible. Perder lo que más se quiere es para volver a una persona loca. Como así fue.
Un abrazo.
Gea.
jazmin -
Lo peor, es que haya gente que es capaz de cometer semejantes actos tan bestiales contra personas desdichadas por mil situaciones que sólo ellos saben.
En cuanto a ésta mujer, después de lo que ha pasado perdiendo a toda su familia...
ella estaba tan muerta como ellos.
Es terrible!!
Un abrazo, Gea.
Gea -
Un beso.
Gea.
Gea -
Efectivamente, cuando se toca ese fondo terrible de la indiferencia por la vida, ya nada se puede esperar.
Muy interesante esa experiencia que narras de Maruja Torres. Es muy didáctica para señalar que, precisamente, las apariencias a veces engañan.
Un beso.
Gea.
Sakkarah -
Un beso.
Ishtar/Margot -
Hay una frase de Maruja Torres, que recuerdo con un cierto cariño. Era a propósito de un articulo suyo sobre la etnia gitana. Le preguntaron si podía describir de forma breve el resultado de su experiencia. (Ella que, dado su aspecto físico se había "infiltrado" en un clan, como una gitana más, vendió durante meses flores para poder subsistir). Ella respondió: "antes cuando veía a una gitana, y lo primero que miraba en ella era su delantal, ahora miro sus ojos"
Un escrito triste, pero por desgracía demasíado real... Gracias por recordar, en la persona de Elka, a esas personas que un maldito día "tocaron fondo".
Un abrazo, Gea.
Gea -
En casos como éste no tiene ya sentido la vida, y el dolor lacerante de las ausencias mata cualquier posibilidad de encontrárselo.
Fue una historia terrible, sí.
Un beso, guapa.
Mela -
Siempre he pensado, que si yo perdiera a mis hijos, no podría, ni querría recuperarme.
También enseña tu historia, como las personas simplificamos la vida de otras, para no tener que comprender nada y poder seguir durmiendo por las noches...
Beso, Gea.