Donde habite el olvido
Una de las características de la literatura es la intertextualidad, es decir, la inserción en un texto de otro texto o verso, que el autor retoma de sus propias obras o de las de algún otro autor.
No es sorprendente pues que, a partir de una frase, idea o verso ya existentes, otro autor, normalmente posterior, haga suyas algunas de esas palabras como fuente de inspiración para elaborar su propia obra.
Citaré como ejemplo un verso precioso; uno de esos versos que, una vez escuchados o leídos, adquieren la excepcionalidad de ser recordados ya para siempre:
"Donde habite el olvido".
Además de haber podido reconocerlo por ser citado en alguna canción -de Sabina, por ejemplo- no nos costará demasiado recordar que pertenece a un hermosísimo poema de Luis Cernuda, el gran poeta sevillano, que además da título a uno de sus libros de poemas.
Y sin embargo, el verso en su origen pertenece a Gustavo Adolfo Bécquer, a quien Cernuda quiso rendir homenaje y quien influyó en una determinada época en su poesía.
Así pues, vemos un ejemplo de intertextualidad entre estos dos magníficos poetas, ambos sevillanos, aunque de diferentes épocas y características literarias, donde un verso ya existente se convierte en el germen de inspiración para una obra posterior.
Hay que dar, no obstante, al César lo que es del César, y a Bécquer la autoría de su "inovidable": "Donde habite el olvido".
Dejo los respectivos poemas de ambos autores:
RIMA LXVI
¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca,
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿A dónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.
Gustavo Adolfo Bécquer (1836 - 1870)
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DONDE HABITE EL OLVIDO
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
Luis Cernuda (1902 - 1963)